La Inquisición en el Perú del siglo XVII: Casos de Judaizantes Portugueses







Una pintura acuarelada por Francisco Fierro (Lima, CE1807 - Lima, CE1879) ilustra
a un individuo retenido por la Inquisición y desfilado por las calles de Lima.

-Henry C Lea (1829-1909)-

El asunto más serio del tribunal, en el cumplimiento de sus funciones propias, fue la apostasía de los judíos nuevos cristianos. Desde la fundación misma de las colonias. . . se impusieron restricciones a la emigración de conversos y una ley de 1543, conservada en la Recopilación, ordenaba que se buscara a todos los descendientes de judíos que debían ser rigurosamente expulsados. Sin embargo, a pesar del celoso cuidado observado para preservar las colonias de todo peligro de infección judía, las atracciones comerciales eran tan poderosas que los nuevos cristianos eludieron todas las precauciones. Al principio, sin embargo, ocuparon sólo una pequeña porción de las energías del tribunal. . . . La primera aparición de judíos es en el auto del 29 de octubre de 1581, cuando Manuel Upez, un portugués, se reconcilió con la confiscación y la prisión perpetua, y se exigió a Diego de la Rosa, descrito como natural de Quito, que abjurara de levi y fue exiliado, lo que demuestra que las pruebas en su contra eran muy dudosas. . . .

La conquista de Portugal, en 1580, había provocado una gran emigración a Castilla, donde los portugueses pronto se convirtieron en sinónimo de judaizante, y esto empezaba a manifestarse en las colonias. El auto del 17 de diciembre de 1595 dio prueba impresionante de ello. Cinco portugueses -Juan Méndez, Antonio Núñez, Juan López, Francisco Báez y Manuel Rodríguez- se reconciliaron. Otro, Herman Jorje, había muerto durante el juicio y su memoria no fue procesada. También hubo cuatro mártires. Jorje Núñez, negado hasta ser atado en el potro; Luego confesó y se negó a convertirse, pero después de que se leyó su sentencia de relajación se debilitó y fue estrangulado antes de ser quemado. Francisco Rodríguez soportó torturas sin confesar; cuando lo amenazaron con repetirlo, intentó, sin éxito, suicidarse; se votó a favor de la relajación con tortura in caput alienum, y en virtud de ella acusó a varias personas, pero fue revocado en el momento de la ratificación. Fue pertinaz hasta el final y fue quemado vivo. Juan Fernández estaba relajado, aunque demente; la Suprema expresó dudas sobre si tenía suficiente inteligencia para hacerlo responsable. Pedro de Contreras había sido torturado para que confesara y nuevamente in caput alienum; negó el judaísmo en todo momento y se mostró relajado como un negativo; en el auto manifestó gran devoción a un crucifijo y presumiblemente fue estrangulado; con toda probabilidad era realmente cristiano. . . .

En 1626 comenzó un juicio que ilustra claramente la inexorable disciplina de la Iglesia, haciendo que sea deber supremo del cristiano perseguir y destruir toda herejía. Francisco Maldonado de Silva fue un cirujano de gran reputación en Concepción de Chile. Era de ascendencia portuguesa. Su padre había sufrido en la Inquisición, se había reconciliado y crió a sus hijos, dos niñas y un niño, como cristianos. Francisco era un buen católico hasta que, a los 18 años, leyó por casualidad el Scrutinium Scripturarum de Pablo de Santa María, obispo de Burgos, una controvertida obra escrita para la conversión de los judíos. Lejos de confirmarlo en la fe, le surgieron dudas que le llevaron a consultar a su padre, quien le recomendó estudiar la Biblia y le instruyó en la Ley de Moisés. Se convirtió en un ferviente converso al judaísmo, pero ocultó el secreto a su madre, a sus dos hermanas y a su esposa, porque estaba casado y tenía un hijo, y su esposa estaba embarazada cuando lo arrestaron. Durante su ausencia, uno o dos años antes, se circuncidó. A la edad de 35 años, considerando que su hermana Isabel, que tenía unos 33, era lo suficientemente madura para la independencia religiosa, le reveló su secreto y trató de convertirla, pero fue en vano, y fue inmune a sus súplicas para que abandonara su fe. . Parecen haber estado tiernamente apegados el uno al otro; él era su único apoyo, así como el de su madre y su hermana, pero no pudo escapar a la necesidad de comunicar los hechos en confesión a su confesor. Las prescripciones de la Iglesia eran absolutas; ningún vínculo familiar eximía a nadie de la obligación de denunciar la herejía, y ella no podía esperar la absolución sacramental sin cumplir con el deber. Podemos imaginarnos el tormento de esa alma agonizante mientras se preparaba para cumplir con el terrible deber que podría costarle toda una vida de remordimientos y miseria cuando obedeció las órdenes de su confesor y denunció a su hermano ante la Inquisición.

La orden de arresto fue emitida el 12 de diciembre de 1626 y ejecutada en Concepción el 29 de abril de 1627. Su amigo, el dominico Fray Diego de Ureña, lo visitó en su lugar de reclusión el 2 de mayo y trató de convertirlo, pero él Estaba decidido a morir en la fe en la que había muerto su padre. Así, cuando fue trasladado a Santiago, el agustino fray Alonso de Almeida hizo esfuerzos similares con igual éxito; sabía que debía morir por la fe, nunca había hablado con nadie más que con su hermana y ella lo había traicionado. Fue recibido en Lima el 23 de julio y admitido a audiencia el mismo día. Cuando se le pidió que jurase en la cruz, se negó, diciendo que era judío y que viviría y moriría como tal; si tuviera que jurar sería por el Dios vivo, el Dios de Israel. Su proceso transcurrió con todas las formalidades habituales, prolongado por repetidas conferencias con teólogos que intentaron convencerlo de sus errores. Once de ellos fueron retenidos sin debilitar su pertinacia hasta que, el 26 de enero de 1633, la consulta de fe lo condenó por unanimidad a relajación.

Siguió una larga enfermedad, provocada por un ayuno de ochenta días que lo había reducido casi a un esqueleto cubierto de llagas. Al convalecer pidió otra conferencia, para resolver las dudas que había planteado por escrito. Se celebró el 26 de junio de 1634 y lo dejó tan pertinaz como siempre. Mientras tanto la prisión se iba llenando de judaizantes, de los cuales varios habían sido descubiertos en Lima. Pidió hojas de maíz en lugar de su ración de pan, y con ellas hizo una cuerda por la que escapó por una ventana y visitó dos celdas vecinas, instando a los presos a ser firmes en su ley; lo denunciaron y él no lo ocultó, confesando libremente lo que había hecho. Se nos dice que fue una misericordia de Dios que su prolongado ayuno lo hubiera dejado sordo, o de lo contrario habría aprendido mucho de ellos sobre lo que había estado sucediendo.

El tribunal estaba tan preocupado con los numerosos juicios en curso en ese momento, que Maldonado permaneció tranquilo, esperando el auto general que seguiría. No sabemos nada más hasta que, después de un intervalo de cuatro años, se celebró una decimotercera conferencia a petición suya, el 12 de noviembre de 1638. Fue tan infructuosa como las anteriores y, al concluir, produjo dos libros (cada uno de ellos de más de cien hojas), hecho con maravilloso ingenio a partir de trozos de papel y escrito con tinta hecha de carboncillo y plumas cortadas de cáscaras de huevo con un cuchillo hecho de un clavo, que dijo haber entregado para descarga de su conciencia. . Luego, los días 9 y 10 de diciembre, se celebraron dos conferencias más en las que su pertinacia permaneció inquebrantable. La larga tragedia estaba llegando a su fin después de un encarcelamiento que había durado casi trece años. Fue sacado en el gran auto del 23 de enero de 1639, donde, cuando se leían las frases de relajación, un repentino torbellino arrancó el toldo y, alzando la vista, exclamó: "El Dios de Israel hace esto para mirarme de cara". ¡enfrentar!" No se acobardó hasta el final y fue quemado vivo siendo un verdadero mártir de su fe. Sus dos libros de papel fueron colgados alrededor de su cuello para quemarlos con él y ayudar a quemarlo.

Este auto de 1639, el más grande que se había celebrado hasta entonces en el Nuevo Mundo, fue la culminación de la "complicidad grande", nombre dado por los inquisidores a varios judaizantes que habían descubierto. Según describían la situación, en un informe de 1636, un gran número de portugueses habían entrado en el reino por la vía de Buenos Ayres, Brasil, México, Granada y Puerto Bello, aumentando así las ya numerosas bandas de sus compatriotas. Se convirtieron en amos del comercio del reino; desde el brocado hasta el cilicio, desde el diamante hasta la semilla de comino, todo pasó por sus manos; el castellano que no tenía un socio portugués no podía esperar ningún éxito en el comercio. Compraban los cargamentos de flotas enteras con los créditos ficticios que intercambiaban, haciendo innecesario el capital, y distribuían las mercancías por todo el país por medio de sus agentes, que también eran portugueses, y desarrollaban su capacidad hasta que, en 1634, negociaron para el cultivo de las costumbres reales.

En agosto de 1634, el comerciante Joan de Salazar denunció ante la Inquisición a Antonio Cordero, escribano de un comerciante sevillano, por negarse a realizar una venta en sábado. En otra ocasión, yendo a su tienda un viernes por la mañana, encontró a Cordero desayunando un trozo de pan y una manzana y, preguntándole si no sería mejor llevar una loncha de tocino, Cordero respondió: "¿Debo comer lo que mi padre?" ¿Y el abuelo nunca comió? Las pruebas eran débiles y no se tomaron medidas inmediatas, pero, en octubre, se ordenó a los comisionados que determinaran en secreto e informaran el número de portugueses en sus distintos distritos. El asunto quedó quieto y, como no se desarrolló nada nuevo, en marzo de 1635 se presentaron las pruebas contra Cordero ante una consulta de fe y se resolvió arrestarlo en secreto, sin secuestro, para que no se descubriera la mano de la Inquisición. . Bartolomé de Larrea, un familiar, lo visitó el 2 de abril, con el pretexto de ajustar una cuenta, y lo encerró en una habitación; Le trajeron una silla de manos y lo llevaron a la prisión secreta. Su desaparición dio mucho que hablar y se suponía que se había dado a la fuga, pues se barajó la suposición de arresto por parte de la Inquisición, viendo que no había habido secuestro, Cordero confesó en seguida que era judío y, bajo tortura, implicó a su patrón y otros dos. Estos fueron detenidos el 11 de mayo y el libre empleo de la tortura obtuvo los nombres de numerosos cómplices. Las prisiones estaban llenas y para vaciarlas se dispuso apresuradamente un automóvil en la capilla y se hicieron preparativos para la apresurada construcción de celdas adicionales. El 11 de agosto, entre las 12:30 y las 2, se realizaron diecisiete arrestos, tan silenciosamente y simultáneamente que todo se efectuó antes de que la gente se diera cuenta. Estos estaban entre los ciudadanos más destacados y los mayores comerciantes de Lima, y ​​se nos dice que la impresión que produjo en la comunidad fue como la del Día del Juicio. La tortura y los métodos inquisitoriales obtuvieron más información que resultó en arrestos adicionales; los portugueses asustados comenzaron a dispersarse y, a petición del tribunal, el virrey Chinchón prohibió durante un año a cualquiera salir del Perú sin su licencia. . . .

Un asunto que molestó a los inquisidores fue el esfuerzo hecho por los portugueses amenazados por ocultar sus propiedades del secuestro. Se emitió una proclama ordenando a todos los que supieran de tales asuntos que los revelaran dentro de nueve días bajo pena de excomunión y otras penas. Esto tuvo éxito hasta cierto punto, pero las dificultades del camino quedaron ilustradas en el caso de Enrique de Paz, para quien Melchor de los Reyes ocultó mucha plata, joyas y mercancías. Entre otras cosas, depositó en manos de su amigo don Dionisio Manrique, Caballero de Santiago, alcalde de corte mayor y consultor del tribunal, una cantidad de plata y unas cincuenta o sesenta piezas de ricas sedas. Manrique no negó haberlos recibido, pero dijo que esa misma noche Melchor ordenó que se los llevara un joven desconocido para él. Los inquisidores evidentemente no creyeron la historia; informaron que habían intentado sin éxito métodos amistosos con Manrique y pidieron instrucciones a la Suprema.

El secuestro de tantas propiedades paralizó todo el comercio y produjo una confusión indescriptible, agravada, en 1635, por la consiguiente quiebra del banco. Los hombres arrestados tenían en sus manos casi todo el comercio de la colonia; se vieron envueltos en infinidad de transacciones complicadas y surgieron pleitos por todas partes. Los acreedores y pretendientes presentaron sus reclamaciones desesperadamente, temiendo que con la demora los testigos pudieran desaparecer, en el círculo cada vez más amplio de arrestos. Había ya muchos pleitos pendientes en la Audiencia que fueron reclamados por el tribunal y entregados a él. Estaba desconcertado por el nuevo asunto que se le había encomendado; en un pleito tenía que haber dos partes, pero los presos no podían alegar, por lo que nombró a Manuel de Monte Alegre como su "defensor" para que compareciera en su nombre, y siguió conociendo y resolviendo complicados pleitos civiles mientras llevaba a cabo los procesos por herejía. . Los lunes y jueves se dedicaban a asuntos civiles y todas las tardes, desde las tres de la tarde hasta el anochecer, se dedicaban al examen de los documentos. Los inquisidores afirmaban que avanzaban vigorosamente en el ajuste de cuentas y el pago de las deudas, porque de lo contrario todo el comercio quedaría destruido con daño irreparable a la República, que ya estaba agotada en muchos sentidos. Esto no convenía a la Suprema, que, mediante cartas del 22 de octubre y del 9 de noviembre de 1635, prohibía la entrega de cualquier propiedad secuestrada o confiscada, sin importar las pruebas de propiedad o reclamaciones que se presentaran, sin consultarla primero. Esta exigencia en el pago de todas las deudas y el aplazamiento del pago de las reclamaciones amenazaron con la quiebra general cuando los ricos comerciantes fueron arrestados, pues sus obligaciones totales ascendían a ochocientos mil pesos, cifra que se estimaba equivalía a toda la capital de Lima. Para evitarlo, se realizaron algunos pagos, pero sólo con la garantía de que se había proporcionado una garantía competente. . . .

Mientras tanto, los juicios de los acusados ​​avanzaron tan rápidamente como lo admitían las perplejidades de la situación. La tortura no se libró. A consecuencia del mismo falleció Murcia de Luna, una mujer de 27 años. Antonio de Acuña fue sometido a ello durante tres horas y cuando lo sacaron, Alcaide Pradeda describió que tenía los brazos despedazados. Sin embargo, el progreso se vio impedido por las estratagemas de los prisioneros, que tenían la esperanza de que las influencias que obraban en España asegurarían un perdón general como el de 1604. Con este objeto revocaron sus confesiones y las acusaciones mutuas, dando lugar a infinitas complicaciones. Algunas de estas últimas revocaciones, sin embargo, fueron genuinas y se cumplieron, incluso mediante la tortura que se utilizó libremente en estos casos. Además de esto, para poner en duda todo el asunto, acusaron a inocentes e incluso a cristianos viejos. . . . Los inquisidores añaden que se abstuvieron en muchos casos de practicar arrestos, cuando los testimonios eran insuficientes y las partes no eran portuguesas.

El tribunal estaba integrado por cuatro inquisidores, que lucharon resueltamente a través de esta complicada masa de asuntos, y al final estuvieron listos para hacer públicos los resultados de sus trabajos en el auto del 23 de enero de 1639. Esto se celebró con pompa y ostentación sin igual, porque ahora el dinero abundaba y no se podía perder la oportunidad de causar impresión en el ánimo popular. Durante la noche anterior, cuando se dieron a conocer sus sentencias a los que iban a ser relajados, dos de ellos, Enrique de Paz y Manuel de Espinosa, profesó conversión; Los inquisidores vinieron y los examinaron, se reunió una consulta y fueron admitidos a la reconciliación. Había gran rivalidad entre los hombres de posición por el honor de acompañar a los penitentes y don Salvadoro Velázquez, uno de los principales indios, sargento mayor de la milicia india, suplicó que le permitieran llevar una de las efigies, lo que hizo con un uniforme resplandeciente. . En un lugar de honor de la procesión destacaban los siete absueltos, ricamente ataviados, montados en caballos blancos y portando palmas de victoria,

Además de los judaizantes, había un bígamo y cinco mujeres castigadas por brujería. También estaba el ayudante del alcalde, Valcázar, que fue privado de su familiaridad y estuvo exiliado durante cuatro años. Juan de Canelas Albarrán, habitante de una casa contigua a la prisión, que había permitido una abertura en los muros para las comunicaciones, recibió cien azotes y cinco años de destierro, y Ana María González, interesada en el asunto, también recibió un castigo. cien azotes y cuatro años de exilio.

De los judaizantes hubo siete que escaparon con abjuración de vehementi, diversas penas y multas por un total de ochocientos pesos. Fueron cuarenta y cuatro reconciliados con castigos variados según sus méritos. Aquellos que habían confesado fácilmente sobre sí mismos y sobre otros fueron liberados con la confiscación y la deportación a España. Los que prevaricaban o daban problemas tenían, además, azotes o galeras o ambas cosas. De éstos fueron veintiuno, ascendiendo el total de azotes a cuatro mil y los años de galeras a ciento seis, además de dos condenas perpetuas. Además de éstos estaban la madre del Murcia de Luna que murió bajo tortura, Doña Mayor de Luna, mujer de alta posición social, y su hija Doña Isabel de Luna, muchacha de 18 años, quien por esforzarse en comunicarse entre sí otros en prisión, fueron condenados a cien azotes por las calles, desnudos de cintura para arriba. También hubo una reconciliación en efigie de un culpable que había muerto en prisión.

Hubo once relajaciones en persona y la efigie de quien se había suicidado durante el juicio. De los once, se dice que siete murieron pertinaces e impenitentes y, por lo tanto, presumiblemente fueron quemados vivos, verdaderos mártires de su creencia. De ellos hubo dos especialmente notables: Maldonado, cuyo caso ya hemos mencionado, y Manuel Bautista Pérez. Este último era el líder y jefe de los portugueses, quienes lo llamaron capitán grande. Era el mayor comerciante de Lima y su fortuna se estimaba popularmente en medio millón de pesos. Era en su casa donde se celebraban las reuniones secretas en las que participaba en las eruditas discusiones teológicas, pero exteriormente era un cristiano celoso y tenía sacerdotes para educar a sus hijos; fue muy estimado por el clero que le dedicó sus efusiones literarias en términos de la más cálida adulación. Poseía ricas minas de plata en Huarochirí y dos extensas plantaciones; su casa confiscada ha sido conocida desde entonces como las casas de Pilatos, y su ostentoso modo de vida puede juzgarse por el hecho de que cuando el tribunal vendió su carruaje, se vendió por tres mil cuatrocientos pesos. Había intentado suicidarse apuñalándose, pero al final nunca decayó. Escuchó con orgullo su sentencia y murió impenitente, diciéndole al verdugo que cumpliera con su deber. Hubo otro preso que no apareció. Entre los detenidos en agosto de 1635 se encontraba Enrique Jorje Tavares, un joven de 18 años. Lo negó bajo tortura y tras varias alternancias quedó permanentemente loco, por lo que su caso fue suspendido en 1639.

Al día siguiente la turba de Lima disfrutó de la nueva sensación de los azotes por las calles. Estas exhibiciones siempre atraían a una gran multitud, en la que había muchos jinetes que así tenían una mejor vista, mientras que los niños solían apedrear a los bígamos y hechiceras que eran los pacientes habituales. En esta ocasión el tribunal emitió una proclama prohibiendo caballos o carruajes en las calles por donde pasaba la procesión, y cualquier apedreamiento a los penitentes, so pena, para los españoles, de destierro a Chile, y para los indios y negros, de cien azotes. Hubo veintinueve enfermos en total; marchaban en escuadrones de diez, custodiados por soldados y familiares, mientras los verdugos aplicaban los azotes, y el espectáculo brutal transcurría sin perturbaciones, y con el piadoso deseo del tribunal de que agradara a Dios hacerlo servir como advertencia. .


De Henry C. Lea: 
La Inquisición en las dependencias españolas, 1908
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© Paul Halsall, julio de 1998
halsall@murray.fordham.edu




Fuente: https://sourcebooks.fordham.edu/mod/17c-lea-limainquis.asp

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The Inquisition in 17th-Century Peru: Cases of Portuguese Judaizers

A watercolor painting by Francisco Fierro (Lima, CE1807 - Lima, CE1879) illustrates
to an individual held by the Inquisition and paraded through the streets of Lima.

-Henry C Lea (1829-1909)-


The most serious business of the tribunal, in the line of its proper functions, was with the apostasy of the Jewish New Christians. From the very foundation of the colonies . . . restrictions were laid on the emigration of Conversos and a law of 1543, preserved in the Recopilacion, orders that search be made for all descendants of Jews who were to be rigorously expelled. In spite, however, of the jealous care observed to preserve the colonies from all danger of Jewish infection, the commercial attractions were so powerful that the New Christians eluded all precautions. At first, however, they occupied but a small portion of the energies of the tribunal. . . . The first appearance of Jews is in the auto of October 29, 1581, when Manuel Upez, a Portuguese, was reconciled with confiscation and perpetual prison, and Diego de la Rosa, described as a native of Quito, was required to abjure de levi and was exiled - showing that the evidence against him was very dubious. . . .

The conquest of Portugal, in 1580, had led to a large emigration to Castile, where Portuguese soon became synonymous with Judaizer, and this was beginning to make itself manifest in the colonies. The auto of December 17, 1595, gave impressive evidence of this. Five Portuguese - Juan Méndez, Antonio Núñez, Juan López, Francisco Báez and Manuel Rodriguez - were reconciled. Another, Herman Jorje, had died during trial and his memory was not prosecuted. There were also four martyrs. Jorje Núñez, denied until he was tied upon the rack; he then confessed and refused to be converted, but after his sentence of relaxation was read he weakened and was strangled before burning. Francisco Rodríguez endured torture without confessing; when threatened with repetition he endeavored unsuccessfully to commit suicide; he was voted to relaxation with torture in caput alienum, and under it he accused several persons but revoked at ratification. He was pertinacious to the last and was burnt alive. Juan Fernández was relaxed, although insane; the Suprema expressed doubts whether he had intelligence enough to render him responsible. Pedro de Contreras had been tortured for confession and again in caput alienum; he denied Judaism throughout and was relaxed as a negativo; at the auto he manifested great devotion to a crucifix and presumably was strangled; in all probability he was really a Christian. . . .

In 1626 there commenced a trial which illustrates forcibly the inexorable discipline of the Church, rendering it the supreme duty of the Christian to persecute and destroy all heresy. Francisco Maldonado de Silva was a surgeon of high repute in Concepcion de Chile. He was of Portuguese descent. His father had suffered in the Inquisition, had been reconciled and brought up his children, two girls and a boy, as Christians. Francisco was a good Catholic until at the age of 18, he chanced to read the Scrutinium Scripturarum of Pablo de Santa Maria, Bishop of Búrgos - a controversial work written for the conversion of Jews. So far from confirming him in the faith it raised doubts leading him to consult his father, who told him to study the Bible and instructed him in the Law of Moses. He became an ardent convert to Judaism, but kept his secret from his mother and two sisters and from his wife, for he was married and had a child, and his wife was pregnant when he was arrested. During her absence, a year or two before, he bad circumcised himself. At the age of 35, considering that his sister Isabel who was about 33, was mature enough for religious independence, he revealed his secret to her and endeavored to convert her, but in vain, and he was impervious to her entreaties to abandon his faith. They seem to have been tenderly attached to each other; he was her sole support as well as that of her mother and sister, but she could not escape the necessity of communicating the facts in confession to her confessor. The prescriptions of the Church were absolute; no family ties relieved one from the obligation of denouncing heresy, and she could not hope for sacramental absolution without discharging the duty. We can picture to ourselves the torment of that agonized soul as she nerved herself to the awful duty which could cost her a lifetime of remorse and misery when she obeyed her confessor's commands and denounced her brother to the Inquisition.

The warrant for his arrest was issued December 12, 1626, and executed at Concepcion April 29, 1627. His friend, the Dominican Fray Diego de Ureña, visited him in his place of confinement, May 2, and sought to convert him, but he was resolved to die in the faith in which his father had died. So when transferred to Santiago, the Augustinian Fray Alonso de Almeida made similar efforts with like ill-success; he knew that he should die for the faith, he had never spoken to any one but his sister and she had betrayed him. He was received in Lima July 23d and was admitted to an audience the same day. When required to swear on the cross he refused, saying that he was a Jew and would live and die as such; if he had to swear it would be by the living God, the God of Israel. His trial went on through all the customary formalities, protracted by the repeated conferences held with theologians who endeavored to convince him of his errors. Eleven of these were held without weakening his pertinacity until, on January 26, 1633, the consulta de fe unanimously condemned him to relaxation.

A long sickness followed, caused by a fast of eighty days which had reduced him almost to a skeleton covered with sores. On convalescing, he asked for another conference, to solve the doubts which he had drawn up in writing. It was held June 26, 1634, and left him as pertinacious as ever. Meanwhile the prison was filling with Judaizers, of whom a number had been discovered in Lima. He asked for maize husks in place of his ration of bread, and with them made a rope by which he escaped through a window and visited two neighboring cells, urging the prisoners to be steadfast in their law; they denounced him and he made no secret of it, confessing freely what he had done. It was a mercy of God, we are told, that his prolonged fast had rendered him deaf, or he would have learned much from them of what had been going on.

The tribunal was so preoccupied, with the numerous trials on foot at the time, that Maldonado was left undisturbed, awaiting the general auto that was to follow. We hear nothing more until, after an interval of four years, a thirteenth conference was held at his request, November 12, 1638. It was as fruitless as its predecessors and, at its conclusion, he produced two books (each of them of more than a hundred leaves), made with marvellous ingenuity out of scraps of paper and written with ink made of charcoal and pens cut out of egg-shells with a knife fashioned from a nail, which he said he delivered up for the discharge of his conscience. Then on December 9th and 10th were held two more conferences in which his pertinacity remained unshaken. The long tragedy was now drawing to an end after an imprisonment which had lasted for nearly thirteen years. He was brought out in the great auto of January 23, 1639, where, when the sentences of relaxation were read, a sudden whirlwind tore away the awning and, looking up, he exclaimed "The God of Israel does this to look upon me face to face!" He was unshrinking to the last and was burnt alive a true martyr to his faith. His two paper books were hung around his neck to burn with him and assist in burning him.

This auto of 1639, the greatest that had as yet been held in the New World, was the culmination of the "complicidad grande" - the name given by the inquisitors to a number of Judaizers whom they had discovered. As they described the situation, in a report of 1636, large numbers of Portuguese had entered the kingdom by way of Buenos Ayres, Brazil, Mexico, Granada and Puerto Bello, thus increasing the already numerous bands of their compatriots. They became masters of the commerce of the kingdom; from brocade to sack-cloth, from diamonds to cumin seed, everything passed through their hands; the Castilian who had not a Portuguese partner could look for no success in trade. They would buy the cargoes of whole fleets with the fictitious credits which they exchanged, thus rendering capital unnecessary, and would distribute the merchandise throughout the land by their agents, who were likewise Portuguese, and their capacity developed until, in 1634, they negotiated for the farming of the royal customs.

In August, 1634, Joan de Salazar, a merchant, denounced to the Inquisition Antonio Cordero, clerk of a trader from Seville, because he refused to make a sale on a Saturday. On another occasion, going to his store on a Friday morning, he found Cordero breakfasting on a piece of bread and an apple and, on asking him whether he had not better take a rasher of bacon, Cordero replied "Must I eat what my father and grandfather never ate?" The evidence was weak and no immediate action was taken, but, in October, the commissioners were instructed secretly to ascertain and report the number of Portuguese in their several districts. The matter rested and, as nothing new was developed, in March, 1635, the evidence against Cordero was laid before a consulta de fe and it was resolved to arrest him secretly, without sequestration, so that the hand of the Inquisition might not be apparent. Bartolomé de Larrea, a familiar, called on him, April 2d, under pretence of settling an account, and locked him in a room; a sedan chair was brought, and he was conveyed to the secret prison. His disappearance excited much talk and he was supposed to have fled, for the supposition of arrest by the Inquisition was scouted, seeing that there had not been sequestration, Cordero confessed at once that he was a Jew and, under torture, implicated his employer and two others. These were arrested on May 11th and the free employment of torture obtained the names of numerous accomplices. The prisons were full and to empty them an auto in the chapel was hurriedly arranged and preparations were made for the hasty construction of additional cells. On August llth, between 12:30 and 2 o'clock, seventeen arrests were made, so quietly and simultaneously that it was all effected before the people were conscious of it. These were among the most prominent citizens and greatest merchants of Lima, and we are told that the impression produced on the community was like the Day of Judgement. Torture and inquisitorial methods elicited further information resulting in additional arrests; the affrighted Portuguese began to scatter and, at the request of the tribunal, the Viceroy Chinchon prohibited for a year any one to leave Peru without its license. . . .

One matter which vexed the souls of the inquisitors was the effort made by the threatened Portuguese to hide their property from sequestration. A proclamation was issued, ordering all who knew of such matters to reveal them within nine days under pain of excommunication and other penalties. This was successful to some extent, but the difficulties in the way were illustrated in the case of Enrique de Paz, for whom Melchor de los Reies secreted much silver, jewels and merchandise. Among other things he deposited with his friend Don Dionisio Manrique, Knight of Santiago, senior alcalde de corte and a consultor of the tribunal, a quantity of silver and some fifty or sixty pieces of rich silks. Manrique did not deny receiving them, but said that the same night Melchor ordered them taken away by a young man who was a stranger to him. The inquisitors evidently disbelieved the story; they reported that they had unsuccessfully tried friendly methods with Manrique and asked the Suprema for instructions.

The sequestration of so much property brought all trade to a stand-still and produced indescribable confusion, aggravated, in 1635, by the consequent failure of the bank. The men arrested had nearly all the trade of the colony in their hands; they were involved in an infinity of complicated transactions and suits sprang up on all sides. Creditors and suitors pressed their claims desperately, fearing that with delay witnesses might disappear, in the widening circle of arrests. There were many suits pending already in the Audiencia which were claimed by the tribunal and surrendered to it. It was puzzled by the new business thus thrown upon it; to a suit there had to be two parties, but the prisoners could not plead, so it appointed Manuel de Monte Alegre as their "defensor" to appear for them, and it went on hearing and deciding complicated civil suits while conducting the prosecutions for heresy. Mondays and Thursdays were assigned for civil business, and every afternoon, from 3 P.m. until dark, was devoted to examination of the documents. The inquisitors claimed that they pushed forward strenuously in settling accounts and paying debts, for otherwise all commerce would be destroyed to the irreparable damage of the Republic, which was already exhausted in so many ways. This did not suit the Suprema, which, by letters of October 22d and November 9, 1635, forbade the surrender of any sequestrated or confiscated property, no matter what evidence was produced of ownership or claims, without first consulting it. This exacting payment of all debts and postponing payment of claims threatened general bankruptcy when the rich merchants were arrested, for their aggregate liabilities amounted to eight hundred thousand pesos ' which was estimated as equal to the whole capital of Lima. To avert this, some payments were made but only on the strength of competent security being furnished. . . .

Meanwhile the trials of the accused were pushed forward as rapidly as the perplexities of the situation admitted. Torture was not spared. Murcia de Luna, a woman of 27, died under it. Antonio de Acuiia was subjected to it for three hours and when he was carried out, Alcaide Pradeda described his arms as being torn to pieces. Progress was impeded, however, by the devices of the prisoners, who were in hopes that influences at work in Spain would secure a general pardon like that of 1604. With this object they revoked their confessions and their accusations of each other, giving rise to endless complications. Some of the latter revocations, however, were genuine and were adhered to, even through the torture which was freely used in these cases. Besides this, to cast doubt on the whole affair, they accused the innocent and even Old Christians. . . . The inquisitors add that they abstained in many cases from making arrests, when the testimony was insufficient and the parties were not Portuguese.

The tribunal was manned with four inquisitors, who struggled resolutely through this complicated mass of business, and at length were ready to make public the results of their labors in the auto of January 23, 1639. This was celebrated with unexampled pomp and ostentation, for now money was abundant and the opportunity of making an impression on the popular mind was not to be lost, During the previous night, when their sentences were made known to those who were to be relaxed, two of them, Enrique de Paz and Manuel de Espinosa, professed conversion; the inquisitors came and examined them, a consulta was assembled and they were admitted to reconciliation. There was great rivalry among men of position for the honor of accompanying the penitents and Don Salvadoro Veldzquez, one of the principal Indians, sargento mayor of the Indian militia, begged to be allowed to carry one of the effigies, which he did in resplendent uniform. Conspicuous in a place of honor in the procession were the seven who had been acquitted, richly dressed, mounted on white horses and carrying palms of victory,

Besides the Judaizers there was a bigamist and five women penanced for sorcery. There was also the alcalde's assistant Valcdzar, who was deprived of his familiarship and was exiled for four years. Juan de Canelas Albarran, the occupant of a house adjoining the prison, who had permitted an opening through the walls for communications, received a hundred lashes and five years of exile, and Ana Maria González, who was concerned in the matter, had also a hundred lashes and four years of exile.

Of the Judaizers there were seven who escaped with abjuration de vehementi, various penalties and fines aggregating eight hundred pesos. There were forty-four reconciled with punishments varied according to their deserts. Those who had confessed readily as to themselves and others were let off with confiscation and deportation to Spain. Those who prevaricated or gave trouble had, in addition, lashes or galleys or both. Of these there were twenty-one, the aggregate lashes amounting to four thousand and the years of galleys to a hundred and six, besides two condemnations for life. In addition to these were the mother of the Murcia de Luna who died under torture, Doha Mayor de Luna, a woman of high social position, and her daughter Doha Isabel de Luna, a girl of 18, who, for endeavoring to communicate with each other in prison, were sentenced to a hundred lashes through the streets, naked from the waist up. There was also one reconciliation in effigy of a culprit who had died in prison.

There were eleven relaxations in person and the effigy of one who had committed suicide during trial. Of the eleven, seven are said to have died pertinacious and impenitent and therefore presumably were burnt alive, true martyrs to their belief. Of these there were two especially notable - Maldonado whose case has been mentioned above, and Manuel Bautista Pérez. The latter was the leader and chief among the Portuguese, who styled him the capitan grande. He was the greatest merchant in Lima and his fortune was popularly estimated at half a million pesos. It was in his house that were held the secret meetings in which he joined in the learned theological discussions, but outwardly he was a zealous Christian and had priests to educate his children; he was greatly esteemed by the clergy who dedicated to him their literary effusions in terms of the warmest adulation. He owned rich silver mines in Huarochiri and two extensive plantations; his confiscated house has since been known as the casas de Pilatos, and his ostentatious mode of life may be judged by the fact that when his carriage was sold by the tribunal it fetched thirty-four hundred pesos. He had endeavored to commit suicide by stabbing himself, but he never faltered at the end. He listened proudly to his sentence and died impenitent, telling the executioner to do his duty. There was one other prisoner who did not appear. Enrique Jorje Tavares, a youth of 18, was among those arrested in August, 1635. He denied under torture and after various alternations became permanently insane, for which reason his case was suspended in 1639.

The next day the mob of Lima enjoyed the further sensation of the scourging through the streets. These exhibitions always attracted a large crowd, in which there were many horsemen who thus had a better view, while boys commonly pelted the bigamists and sorceresses who were the usual patients. On this occasion the tribunal issued a proclamation forbidding horses or carriages in the streets through which the procession passed, and any pelting of the penitents under pain, for Spaniards, of banishment to Chile, and for Indians and Negroes, of a hundred lashes. There were twenty-nine sufferers in all; they were marched in squads of ten, guarded by soldiers and familiars, while the executioners plied the scourges, and the brutalizing spectacle passed off without disturbance, and with the pious wish of the tribunal that it would please God to make it serve as a warning.

Source:

From Henry C. Lea: The Inquisition in the Spanish Dependencies, 1908

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© Paul Halsall, July 1998
halsall@murray.fordham.edu




Fuente:  https://sourcebooks.fordham.edu/mod/17c-lea-limainquis.asp

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TEJANOS, MANITOS Y LOS CRIPTO JUDÍOS SEFARDÍES

Presentado por
Richard G. Santos
en el campus del centro de la
Universidad de Texas en San Antonio el 24 de marzo de 1998


Sección II - Contribución de los judíos sefardíes a la cultura de los tejanos, norteños y manitos

BREVE CUENTA HISTÓRICA DE RELIGIOSIDAD Y VISIÓN DEL MUNDO REGIONAL

La pintura representa a los criptojudíos celebrando una cena de Pascuaen secreto.
(Crédito de la foto: Wikimedia Commons)
El 8 de agosto de 1580 arribó al Puerto de Tampico el barco cargado Criptojudaico “La Santa Catalina”. Desembarcaron en esa fecha histórica más de 100 soldados colonos que se habían registrado ante las autoridades de Sevilla y contratados por el conquistador converso [es decir, nuevo cristiano] Luis de Carvajal y de la Cueva para la fundación de El Nuevo Reyno de León [ahora compuesto por el Sur de Texas y los estados mexicanos colindantes de Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas y parte de Chihuhua]. La Real Carta de Colonización describía el "Nuevo Reino de León" como de 200 leguas cuadradas comenzando en la desembocadura del río Pánuco frente al Puerto de Tampico. Esto incluía automáticamente los asentamientos de 1577 del capitán portugués Alberto del Canto [es decir, nacido en la "tercera isla de las Azores" y, según se informa, era un criptojudío}. Los asentamientos se denominaron actualmente Saltillo y Monclova (en el actual Estado de Coahuila), Cerralvo y Monterrey [en el actual Estado de Nuevo León]. Junto con del Canto, Don Luis reclutó a antiguos conocidos del pueblo minero de Mazapil (y probablemente a familiares), los capitanes Gasper Castaño de Sosa (se informó que había sido un criptojudío portugués) y Diego de Montemayor (de antecedentes muy cuestionables). Ninguno de los tres capitanes, sin embargo, fue arrestado ni juzgado por la Inquisición. Por lo tanto, sus verdaderas identidades y creencias religiosas han permanecido indocumentadas durante más de cuatro siglos.

Sin embargo, como determinaría en sus juicios y Autos de Fe de 1590 a 1649 el mal llamado Santo Oficio de la Inquisición de la Virregente de Nueva España con sede en la Ciudad de México, la hermana de don Luis, su esposo e hijos, así como todos sus primos hermanos y segundos, tíos, tías, suegros y muchos de los soldados colonos y conocidos eran criptojudíos cristianos nuevos. Aunque pocos de los soldados colonos originales se establecieron en Nuevo Reyno de León, los que lo hicieron estaban destinados a convertirse en las familias fundadoras de Nuevo León, Texas, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo México. Se unieron, y luego se mezclaron mediante matrimonio, con los colonos de El Reyno de la Nueva Vizcaya fundado por el conquistador vasco Francisco de Ibarra. Al igual que los colonos del Canto que sirvieron bajo el mando de los Ibarra, muchos de los soldados-colonos del "Nuevo Reino de Vizcaya" eran criptojudíos, conversos, vascos, criollos y mestizos de la costa del Pacífico Reyno de la Nueva Galicia y del centro-sur. Reino de Nueva España. Muchos fueron los soldados-colonos fundadores de Nuño Beltrán de Guzmán y unos pocos habían llegado con Hernán Cortés o Pánfilo de Narváez. Al igual que los Pérez de Oñate del "Reino de Nueva Galicia", muchos eran criptojudíos y conversos vascos.

También cabe señalar que 160 unidades familiares de los asentamientos del Canto-Carvajal y de la Cueva ingresaron a Nuevo México en 1591 bajo el mando del Capitán Gaspar Castaño de Sosa donde fueron arrestados y devueltos al área de Zacatecas-Santa Bárbara. En 1598, muchos de ellos se unieron a la expedición colonizadora de Nuevo México de Juan Pérez Nariahonda de Oñate [fundador de San Luis Potosí] cuyo padre, Don Cristóbal [fundador de Guadalajara y Zacatecas], había sido identificado como judío por su propio hermano Juan de Oñate.

De ahí que no sea sorprendente que al describir al pueblo del Nuevo Reyno de León en 1596, el Virrey informara al Rey que "no reconocen ni a Dios ni al Rey". Tampoco sorprende leer en la historia publicada en 1610 de la expedición de Oñate a Nuevo México que "esta tierra está infestada de gente prohibida". Finalmente, desde la Ciudad de México el 30 de noviembre de 1646, el Inquisidor Mayor Juan Sáenz de Manosca informó al Rey que "es bien sabido que los judíos practicantes tienen el control del Reino de Nueva España".

Las personas a las que la ley les prohibía emigrar al Nuevo Mundo, eran cristianos nuevos, judíos y descendientes de personas penitenciadas por la Inquisición. Técnicamente, los moros, los herejes [es decir, los protestantes] y las brujas también figuraban entre "el pueblo prohibido". Sin embargo, al igual que el término "portugués", la frase "pueblo prohibido" era sinónimo de "judío". El puñado de moros y varias decenas de protestantes {principalmente piratas británicos y franceses} eran intrascendentes en comparación con el dominio del "pueblo prohibido", es decir, los nuevos cristianos conversos y criptojudíos que no sólo controlaban la economía de la virreina, sino colonizó los reinos de la frontera norte.

A la luz de esto, no importaba si las personas de ascendencia esfardí eran conversos, anusim, criptojudíos o judíos abiertamente practicantes. Eran la clase dominante. Como tales, involuntaria e inconscientemente influyeron en las personas y culturas que los rodeaban. Ya sean cristianos viejos, indígenas, mestizos o castas, la cosmovisión, los valores, el estilo de vida y la cultura de los sefardíes fueron imitados intencionalmente y adoptados sin saberlo.

Sería imposible rastrear el origen del anticlericalismo del norte de México, Texas y el suroeste de Estados Unidos hasta los sefardíes. Sin embargo, como quedó registrado en los juicios de la Inquisición y los Autos de Fe, los sefardíes manifestaron severos sentimientos anticlericales y anticatólicos. Al mismo tiempo, muchas familias criptojudaicas permitieron o alentaron al menos a un miembro de la familia a convertirse en monja o clérigo para poder reclamar el linaje cristiano antiguo. El resentimiento rayano en el odio y la intolerancia se reflejó en las acciones y el desprecio documentados por la Inquisición. También se revelan en los juicios criptojudaicos las referencias a aquellos sacerdotes y misioneros que ilegalmente se encargaron de absolver a los criptojudíos y les impidieron, o los disuadieron, de denunciarse ante la Inquisición. Al mismo tiempo, algún sacerdote, como el reverendo Pedro de Alvarado, cura de la iglesia de San Agustín en Zacatecas, fue denunciado ante la Inquisición en 1624 por afirmar supuestamente "que la simple fornicación entre adultos (solteros) que consienten no era pecado. " Su compañero sacerdote, el reverendo Diego de Herrera, fue informado ante la Inquisición por haber declarado que no importaba si los niños morían sin ser bautizados (o sin recibir el sacramento de los últimos ritos). Muchos no clérigos habían sido severamente castigados por la Inquisición por pronunciar declaraciones idénticas, pero estos dos sacerdotes no. Durante el mismo período, el cura y Comisionado de la Inquisición en la ciudad de Monterrey, capital del Nuevo Reyno de León, era un socio comercial de pleno derecho de la clase dominante. Y, según está documentado en los archivos civiles de Monterrey, el cura fue declarado copropietario de numerosas reclamaciones mineras y recibió un porcentaje de todas las ganancias. Nuevamente, uno no puede evitar preguntarse si esa asociación comercial del Comisionado con sus feligreses lo mantuvo tan ocupado que nunca instigó investigaciones o juicios a presuntos criptojudíos como los capitanes Alberto del Canto, Gaspar Castaño de Sosa y el misterioso Diego de Montemayor. . Además, el cura de Saltillo presentó una denuncia contra el capitán Diego de Villareal, residente en Monterrey, quien supuestamente "portaba armas, montaba a caballo, usaba ropa de seda y joyas a pesar de que era descendiente de padres bautizados como adultos" (es decir, anusim convertidos a la fuerza). Nada resultó de las acusaciones y denuncias presentadas contra los capitanes Villareal o del Canto, ni de las sospechas sobre Castaño de Sosa.

Mientras tanto, en Nuevo México, fray Alonso de Benavides informó a la Inquisición el 29 de junio de 1626 que el gobernador Juan de Eulate nunca perdía oportunidad de discutir con quienes estaban presentes la caída de obispos y clérigos. "Los españoles ignorantes de esta zona", informó el fraile, "tenían una mala impresión del clero y el Gobernador los ha animado mucho en estas discusiones". Fray Benavides identificó al sargento mayor Francisco Gómez y al capitán Alonso Varela como dos de los cómplices más cercanos del gobernador que deberían ser castigados por la Inquisición por ser los más francos [anticlericales] y opuestos a la autoridad eclesiástica. El Fraile denunció específicamente al Capitán Varela ante la Inquisición de la Ciudad de México por decir que no era pecado mentir bajo juramento y que lo había hecho muchas veces.

Fray Benavides también estaba muy preocupado por un criptojudío que había visto personalmente penitenciado por la Inquisición de La Española. El fraile estaba convencido de que el residente de Nuevo México Donayre de las Misas [es decir, Señor Viento de las Masas] no era otro que el médico Francisco de Soto, natural de las Islas Canarias. Según relata fray Benavides, estaba seguro de ello porque había servido como Alto Condestable de la Inquisición de La Española y había estado presente en sus tormentos, penitencia, reconciliación y destierro a Sevilla. Sin embargo, De Soto, que ahora usaba el nombre insultante, vivía libremente en Nuevo México y negaba las afirmaciones de Benavides. Para mayor disgusto de Benavides, el hombre cambió su nombre a Juan Pecador [es decir, Juan el pecador] cuando el fraile lo presionó. Estevan Perea, un amigo de Soto, también fue denunciado ante la Inquisición por Benavides como sospechoso de ser un criptojudío.

Mientras tanto, Vicente Guerra Zaldívar, residente de Zacatecas-Monterrey de veinte años, de la poderosa familia económica y políticamente Pérez de Oñate-Guerra Reza-Mendoza Zaldívar de los reinos del norte de la virreinato, pagó una multa sin sentido por pronunciar declaraciones blasfemas y heréticas porque, como señaló en 1615 el Comisionado de la Inquisición de Zacatecas en una carta a la Inquisición con sede en la Ciudad de México, "considerando que el acusado es un joven franco y atrevido que es muy poderoso en esta área, si fuera acusado su juicio causaría grandes inconvenientes".

SOBRE EL AUTOR
Richard G. Santos obtuvo su licenciatura en Historia e Inglés de la Universidad St. Mary y una Maestría en Inglés de la Universidad Trinity. Cuando todavía era estudiante en St. Mary's, el primer libro de Richard, La campaña de Santa Ana contra Texas , fue publicado por Texian Press de Waco en 1968 y reimpreso por R & D Books de Salisbury, Carolina del Norte, en 1981. Sigue siendo la piedra angular indiscutible para cualquiera. investigando o interesado en la historia militar de la Revolución de Texas y la Batalla del Álamo. Desde entonces, Richard ha sido autor, coautor y escrito introducciones para 30 libros, 300 artículos [publicados en Estados Unidos, México, Europa y Japón] y ha publicado dos álbumes y dos casetes de audio de música folclórica tejana. También ha escrito y producido 12 documentales cinematográficos y ha aparecido en numerosos documentales, incluido The West , estrenado por PBS a nivel nacional en septiembre de 1996. Nueve de sus libros han sido utilizados como lectores complementarios por varios distritos escolares y universidades de Texas y el Southwest, con algunas reimpresiones publicadas por la Agencia de Educación de Texas.

En el camino, Richard se desempeñó como el primer archivero de la Oficina del Secretario del Condado de Bexar [Texas]. Posteriormente, enseñó a tiempo completo y se desempeñó como Director de Estudios Étnicos en la Universidad Our Lady of the Lake, y enseñó a tiempo parcial en Trinity University, Palo Alto Community College y la Escuela de Medicina Aeroespacial de Brooks AFB, todas ubicadas en San Antonio, Texas. También se ha desempeñado como consultor y conferencista para la Agencia de Educación de Texas, el Departamento de Educación de EE. UU., el Departamento del Interior de EE. UU., el Departamento de Trabajo de EE. UU. y numerosos distritos escolares y universidades en todo Texas y el suroeste. Además de realizar programas de radio en inglés para WOAI y en español para KBUC, Richard también fue columnista semanal del San Antonio Express-News de 1988 a 1993.

Richard comenzó a dar conferencias y publicar artículos sobre los nuevos cristianos sefardíes y los criptojudíos de Texas, México y el suroeste de Estados Unidos ya en 1968, cuando el tema se consideraba controvertido. En diez años, la desconfianza de las comunidades hispana y judía había sido superada y Richard compartía el podio en la Trinity University con el renombrado erudito judío Seymour Liebman. Más tarde, Richard se convirtió en orador principal en conferencias históricas judías en San Antonio, El Paso, Galveston, Texas y Santa Fe, Nuevo México, así como en el Templo Beth El en San Antonio. También ha impartido un minicurso sobre los criptojudíos y la Inquisición mexicana en el Centro Comunitario Judío de San Antonio.

Autos de Fe de la Conspiración Portuguesa en poder del Santo Oficio de la Inquisición de la Ciudad de México 1646-1648 , es la última contribución de Richard G. Santos al campo de los estudios criptojudaicos.




Fuente: https://sourcebooks.fordham.edu/mod/17c-lea-limainquis.asp

https://web.archive.org/web/20081220101414/http://www.fordham.edu/halsall/mod/17c-lea-limainquis.html



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