Por Ricardo Angoso
En el año 1492 un edicto de los Reyes Católicos expulsaba de
España a los judíos, más conocidos como los sefardíes, e iniciaba, con ello,
una sucesión de expulsiones y persecuciones en toda Europa contra este pueblo.
Los judíos sefardíes eran obligados a marcharse o a convertirse al
cristianismo, lo que hicieron varios miles de ellos según nos cuentan las
crónicas de la época. La larga marcha hacia el exilio o la renuncia de su
identidad había comenzado.
Mapa de la Diáspora
Los que se marcharon, que en un primer momento arribaron a
Portugal, Francia y el actual territorio de Marruecos, acabaron fundando
poderosas y ricas comunidades sefardíes en las ciudades de Larache, Tetuán,
Tánger, Argel y Orán, en un primer momento; para más tarde extenderse por los
confines del Imperio Otomano y los Balcanes, donde llegarían a ser míticas las
comunidades de Constantinopla, Sofía, Sarajevo, Belgrado, Jerusalén, Alejandría
y el mismísimo El Cairo.
Científicos, escritores, comerciantes, artistas, creadores,
artesanos, junto con todo un sinfín de profesiones y gremios, tuvieron que
emigrar de España para ir a fundar a otras latitudes nuevas comunidades y,
sobre todo, una nueva vida que emergía de las cenizas, aunque siempre sobre el
recuerdo de lo perdido para siempre, su querida Sefarard. Sin embargo, y
lamentablemente, el nazismo fue el principal responsable, con su política
oficial de persecución de los judíos, del final de esta vida sefardí. El
Holocausto, o la Shoa para los judíos, acabó con la rica presencia de este
pueblo milenario en las tierras y ciudades de los Balcanes que cayeron en sus
manos. Tan solo las comunidades de Turquía y Marruecos y el resto del mundo
árabe sobrevivirían a una catástrofe de tales dimensiones.
Las principales comunidades sefardíes de Europa se
encontraban, antes de la Segunda Guerra Mundial, en los Balcanes,
fundamentalmente en las capitales de Bulgaria, Grecia, Rumanía y la antigua
Yugoslavia. El segundo foco importante de los sefardíes se situaba en Turquía,
con sus importantes comunidades de Izmir y Estambul. También había otras
comunidades, aunque más pequeñas, en América Latina, los Estados Unidos y
Palestina, incipiente núcleo de lo que luego serían las primigenias poblaciones
judías de Israel. Por suerte para todas las comunidades sefardíes situadas en
Turquía y fuera de Europa, Hitler nunca llegó tan lejos y consiguieron pasar la
guerra alejados del drama y el horror que se abatió sobre todos los judíos del
continente.
La historiadora Paloma Díaz-Mas se refería a la división de
la comunidad sefardí en tres áreas geográficas claramente diferenciadas, a los
que me refiero a continuación: «Cuando hablamos de cultura sefardí solemos
distinguir tres grandes bloques geográficos: los sefardíes del Norte de África,
los orientales, asentados en tierras del Mediterráneo oriental que
pertenecieron al Imperio Otomano; y los sefardíes occidentales, es decir, los
que se asentaron en países de Europa occidental. La evolución cultural de cada
uno de los tres grupos fue muy distinta. Mientras que hasta el mismo siglo xx
los sefardíes del Norte de África (singularmente los de Marruecos) y de Oriente
conservaron el uso de la lengua y algunos rasgos culturales hispánicos, los de
los países europeos (Francia, los Países Bajos, Italia, Inglaterra) se
integraron en sus sociedades de acogida y ya en el siglo xviii no hablaban
español».
Entre 1870 y 1930, según destacaba el experto en temas
sefardíes Salvador Santa Puche, los sefardíes eran una población que rondaba
entre los doscientos sesenta mil a los cuatrocientos mil; establecidos
principalmente en el Este de Europa. En este período, y tal como revela la
misma fuente, había unas trescientas publicaciones en lengua sefardí y esta
cultura se hallaba en plena expansión cultural, habiendo pasado de la
transmisión oral a la escrita en un breve periodo de tiempo. Tanto el teatro
como la poesía en esta lengua estaban en pleno auge y se habían abierto decenas
de instituciones culturales para la difusión de una cultura que tenía como vehículo
de transmisión la vieja lengua que hablaban los judeo-españoles expulsados por
los Reyes Católicos hacía ya unos siglos.
Las comunidades más importantes de los Balcanes
Las principales comunidades sefardíes de los Balcanes se
establecieron en Grecia, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria y Serbia. En lo que
respecta al resto de los Estados de los Balcanes, en Albania apenas hubo judíos
y en Rumanía, con una de las comunidades judías más grandes de la región,
predominaba el elemento askenazí, es decir judíos de origen centroeuropeo y los
sefardíes constituían una minoría. En Transilvania, por ejemplo, nos
encontramos con que en las principales fuentes sobre las comunidades judías no
hay referencias sobre la vida sefardí en las crónicas de la región y sí las hay
sobre notable influencia que ejercía la cultura magiar sobre esta numerosa
población, más tarde aniquilada durante el Holocausto. Recientemente, y como
muestra de la escasa presencia de los sefardíes en este país, una muestra sobre
el Holocausto celebrada en Bucarest apenas reseñaba en las listas de víctimas
publicada apellidos de origen sefardí. La mayoría de las víctimas eran
askenazíes.
Los sefardíes de Grecia
Grecia pertenecía al Imperio Otomano en el siglo xv y, por
lo general, los judíos fueron tolerados por las autoridades turcas, que incluso
tenían numerosos sirvientes y profesionales hebreos trabajando a su servicio,
en casi todas las regiones bajo su control. Si bien en el siglo xv predominaba
el elemento askenazí en las comunidades judías de los núcleos urbanos griegos,
a partir del siglo xvi una importante migración de los marranos de Portugal
determinaría un cambio en estas poblaciones y a partir de este siglo el dominio
sefardí y la influencia de esta cultura sobre el resto de los hebreos sería
casi total hasta el año 1831, en que se produce la independencia de Grecia.
Liturgia religiosa, música y poesía se escribe en judeoespañol.
Salónica fue el principal centro de la cultura sefardí no ya
de Grecia, sino de todos los Balcanes y casi se podría decir del Imperio
Otomano, según nos muestran los censos de la época y relatan las crónicas
históricas. La presencia judía está demostrada desde épocas muy antiguas, y su
importancia ya está tratada en el lugar oportuno.
El gran escritor Josep Pla, autor del excelente libro
Israel, 1957, donde refiere sus vivencias de un viaje que realizó al Estado
judío en el año que da título el libro, da cuenta del drama padecido por la
ciudad de Salónica. «Está claro que Salónica era una especie de capital de lo
sefardí: el grupo era rico; el Gobierno turco, tolerante; los rabinistas,
inteligentes y tradicionalistas. En los presentes días, sin embargo, Salónica,
como núcleo importante de la diáspora, ya no existe; cincuenta y cinco mil
judíos de Salónica, que hablaban ladino, fueron ignominiosamente asesinados por
la Gestapo durante la ocupación de Grecia por los ejércitos alemanes. El hecho
ha sido un golpe mortal a la vieja lengua que los judíos se llevaron de nuestro
país a consecuencia del decreto de expulsión del siglo xv», señalaba Pla en
este libro que es un alegato en favor del Estado de Israel y de la tradicional
amistad hispano-judía.
Concluyo estas notas sobre los sefardíes de Grecia con unos
datos sobre la magnitud del Holocausto. Si al comienzo de la Segunda Guerra
Mundial la población judía de Grecia ascendía a ochenta mil personas; al final
de la contienda, aproximadamente quedaban 10 000 con vida y, como consecuencia
de la emigración subsiguiente hacia Estados Unidos, Israel o Francia, parece
que a finales de los años cincuenta solo quedaron unos 5000 sefardíes. En los
años siguientes continúa la disminución de sefardíes y, según estimaciones del
profesor Jacob Barnaï, en 1992 había en Salónica mil trecientos sefardíes y
unos centenares más en el resto del país.
Sefardíes en Bosnia y Herzegovina: la comunidad hebrea en
Sarajevo
Sarajevo es considerada una de las ciudades a donde llegaron
los primeros judíos expulsados de España. La ciudad fue conocida durante muchos
siglos como el pequeño Jerusalén, Yerusalayim chico, debido a la numerosa
presencia de ciudadanos judíos, cuyos antepasados se habían desplazado desde
España. Los sefardíes, como ocurrió en otras partes de los Balcanes, no fueron,
sin embargo, los primeros judíos de la región ni del Imperio Otomano. Su
presencia en esta zona del mundo es muy antigua y se remonta a la época romana.
Las primeras migraciones sefardíes llegaron entre los siglos xv y xvi.
A partir de su instalación en Bosnia y Herzegovina, pero
sobre todo en Sarajevo y Travnik, los judíos sefardíes pasaron a ser el
elemento dominante en lo cultural y se integraron fácilmente en la vida de esta
estratégica provincia otomana a medio camino entre el Oriente y el Occidente.
Lo que sí se constata, a finales del siglo xix, es que muchos de los sefardíes
de la región ya han perdido su lengua y que, en 1878, cuando Bosnia pasó a ser
administrada por los austrohúngaros, su poder e influencia se han debilitado
notablemente.
Unos años más tarde de ser anexionada por los
austrohúngaros, en 1892, se funda en Bosnia una sociedad cultural, educativa y
humanitaria con el nombre de la Benevolnecija (Benevolencia), donde llegaría a
funcionar una biblioteca con los libros judeoespañoles y que serviría de nexo y
vínculo para una comunidad que había sido tolerada durante los años de
dominación otomana. Esta sociedad sobreviviría hasta nuestros días y tuvo un
papel activo en la guerra yugoslava, ayudando a los judíos que se quedaron en
el país y apoyando la emigración en los peores días del sitio de Sarajevo. En
1921, el primer censo de población de Sarajevo pone de manifiesto que el
judeoespañol es la lengua materna de unos diez mil habitantes de Sarajevo,
mayoritariamente sefardíes, sobre una población total de setenta mil censados,
lo que revela todavía su peso social, económico y cultural. La vida en la
región transcurre con normalidad hasta el año 1939, en que comienza la Segunda
Guerra Mundial, y la Yugoslavia nacida tras la Gran Guerra es fragmentada por
los nazis.
Se crea un Estado croata independiente y aliado de Berlín,
mientras que Serbia es ocupada y sometida a numerosas humillaciones. Muy
pronto, tanto en Serbia como en Croacia los judíos comienzan a ser perseguidos
y se intensifican las deportaciones hacia los campos de concentración, donde
morirían asesinados setenta mil de los ochenta mil judíos yugoslavos, muchos de
ellos sefardíes. La vida sefardí de Sarajevo también sufrió los estragos de la
persecución y la ira de los nazis y sus aliados croatas; ya nunca más se
recuperaría y pasaría a ser meramente testimonial. Entre 1945 y 1981, los «años
del silencio» para casi todos los judíos de la Europa del Este, la mayor parte
de estas comunidades judías emigraron hacia Israel y otros países occidentales.
Luego, una nueva oleada migratoria, cuando estalla la guerra
de Bosnia y Herzegovina, en 1992, significaría el golpe definitivo para una
comunidad envejecida, decreciente y con un escaso peso social, cultural y
económico. En la actualidad, hay algo menos de cuatrocientos judíos viviendo en
Bosnia y Herzegovina, de los cuales el 85% son sefardíes y un 70% tiene más de
cincuenta años. Dadas las escasas expectativas de Bosnia y Herzegovina, es de
suponer que en los próximos años se asista incluso a un decrecimiento de esta
población.
Noticia de los sefardíes de Serbia
Las primeras migraciones de judíos sefardíes datan del siglo
xv, cuando los judíos expulsados primero de España y después de Portugal llegan
hasta los Balcanes, instalándose en las grandes ciudades bajo la protección de
los sultanes turcos, como Bayezid II, uno de sus principales valedores. A
partir del siglo xvi, la comunidad sefardí ya era mayoritaria en algunas
ciudades de los Balcanes y la liturgia religiosa, así como su vida cultural, se
expresa ya plenamente en judeoespañol.
Los turcos, por lo general, eran muy tolerantes con respecto
a los cultos religiosos, y la vida cultural sefardí se desarrolló sin
problemas, así como su vida social, religiosa y económica. Las primeras medidas
antisemitas en los Balcanes llegarían en el siglo xix, cuando una serie de
príncipes serbios, entre los que destacan Milos Obrenovic y Miahilo III,
decretan una serie de medidas antijudías y limitan las actividades sociales y
económicas de las comunidades hebreas. Resulta paradójico que las primeras
autoridades serbias pongan tanto empeño en perseguir a los judíos cuando los
censos de la época señalan que en toda Serbia no vivirían más de dos mil
hebreos, una de las comunidades más exiguas de los Balcanes. Pese a todo, los
judíos participarían, con anterioridad a estos hechos, en las batallas y luchas
por la liberación nacional de Serbia, entre 1804 y 1830, cuando acontece la
guerra de la independencia contra los turcos. Las medidas antijudías son
abolidas por el parlamento serbio en 1899.
Sin embargo, el peso demográfico de estas comunidades
judías, a diferencia de Grecia o Rumania, siempre fue muy bajo: en 1912 se
calcula que en toda Serbia viven apenas unos 5000 judíos, de los cuales la
mayor parte son sefardíes. Existe una sinagoga sefardí en Belgrado y se
detectan unas cuarenta pequeñas comunidades en Voivodina, mientras que la vida
judía es muy escasa en Kosovo y Montenegro. Los judíos de Voivodina, a
diferencia de los de Belgrado, son mayoritariamente askenazíes.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, había viviendo
en Serbia unos diez mil judíos, de los cuales más del 80% son sefardíes. Otros
veintiún mil quedarían atrapados en la Voivodina ocupada por las fuerzas
húngaras, donde muchos también serían deportados a los campos de la muerte y
morirían asesinados. A partir de 1941, y una vez que Serbia ha sido ocupada por
los nazis, comienzan las primeras medidas antijudías en Belgrado y otras
ciudades serbias. También se inician las deportaciones: dos mil quinientos
judíos de Belgrado son enviados a los campos de la muerte en el año 1941 y se
diezma la población masculina. Numerosas sinagogas y edificios de la comunidad
judía fueron destruidos, muchos por los bombardeos, pero también por los
alemanes en su huida de Serbia.
El Holocausto significó el final de las ricas comunidades
judías de la antigua Yugoslavia, que nunca se repondrían del daño causado.
Aparte de la destrucción física y material de edificios y sinagogas propiedad
de las comunidades, apenas quedaron judíos en la antigua Yugoslavia y los
catorce mil que aparecen en los censos con posterioridad a la guerra emigraron
en su gran mayoría hacia Occidente e Israel, de tal forma que en la actualidad
vivirían en Serbia algo menos de un millar de judíos, es decir, que la vida de
los hebreos de este país habría casi desaparecido. Tampoco las autoridades
comunistas, como ocurrió en otras partes de la Europa del Este, mostraron un
gran interés en apoyar y revitalizar estas comunidades, que eran vistas con
recelo y desconfianza. Recientemente, el Instituto Cervantes de Belgrado ha
organizado algunas jornadas culturales de estudio y difusión de la vida
artística de los sefardíes de Serbia, una comunidad ya envejecida y sin el peso
social, cultural y económico que tuvo en el pasado.
La importante comunidad sefardí búlgara
Aunque hay noticias de que los judíos estaban en la Tracia
ocupada por los romanos desde tiempos ignotos, a partir del siglo xvi
comenzaron a llegar numerosos judíos expulsados de Italia, Portugal y España,
la mayor parte que hablaban judeoespañol, y también askenazíes, procedentes de
Alemania, Austria y Valaquia. Así, a finales del siglo xvii, la influencia de
la cultura y lengua de los sefardíes era muy notable en la vida judía búlgara,
ya que participaban activamente en la vida social, económica y cultural de este
país que estaba subyugado a la Sublime Puerta.
Más tarde, en el siglo xix, numerosos judíos de origen
sefardí participaron en la lucha por la liberación nacional de Bulgaria para
sacudirse del yugo turco. Incluso un rabino sefardí de aquella época, el rabino
Gabriel Almozino, salvaría la ciudad de ser incendiada por los turcos al mediar
ante la Sublime Puerta para evitar tan dramático final y evitar el suplicio de
la población.
De la rica vida cultural sefardí de Bulgaria, hay dos
nombres que brillan con luz propia: el escritor Elías Canetti, el único premio
Nobel de Literatura que ha nacido en Bulgaria, y el pintor Jules Pascin (Julios
Pinkas), que nació en Vdin, a orillas del Danubio. «De la misma ciudad es la
familia también de otro judío conocido mundialmente, Stefan Zweig, que según el
relato de la cantante Pétar Ráichez le confesado que sus raíces le llevaban a
la familia romaniota del rey Iván Shishmán, a quien el gran novelista tenía la
intención de dedicar su novela de turno. La Segunda Guerra Mundial y el
suicidio en Brasil de Stefan Zweig truncaron sus planes», asegura el periodista
y escritor sefardí Samuel Francés.
A finales del siglo xix se impulsa la creación de las
escuelas de la Alliance Israélite Universelle en las ciudades de Schcumen, en
1869, Ruse, en 1872, y Samokov, en 1874. También en aquellas fechas un diputado
judío trabajaría en el parlamento búlgaro en la elaboración de la primera
Constitución de Bulgaria, muy al estilo de la de Bélgica. A finales de esta
centuria, hay en Bulgaria unos veinte mil judíos, la mayor parte de ellos
sefardíes, cultura que era la dominante en las comunidades hebreas, sobre todo
en lo que atañe en la liturgia y en la cultura escrita. También hay que reseñar
que la Bulgaria de la época es uno de los países menos antisemitas de la región
y que, a diferencia de sus vecinos, nunca promulgó medidas antijudías.
El 9 de septiembre de 1909 es inaugurada, en un acto
brillante y repleto de glamour, la nueva sinagoga de Sofía por el rey Fernando,
hombre abierto y tolerante hacia la cuestión judía. Sin embargo, a partir de
los años veinte y treinta del siglo pasado se comienza a resentir una cierta
decadencia en la cultura sefardí búlgara, pues apenas quedan medios escritos y
una literatura propia, ya que el búlgaro se convierte en la principal lengua de
la comunidad. Pese a todo, hay un cierto interés por lo que ocurre en la «madre
patria», España, y 16 judíos búlgaros viajarían hasta nuestro país para luchar
junto con las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil. En esas fechas, tan
sólo existe ya un períodico en judeoespañol: el Boletín del Consistorio
Central.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la repentina muerte del
rey Borís III en 1943 evitó el envío de miles de judíos búlgaros a los campos
de la muerte. Eso nos les privó de sufrir los rigores y excesos de la
legislación antijudía decretada en el país a partir de 1939, sobre todo a raíz
de la decisión de la monarquía búlgara de colaborar con los nazis. Los hombres
entre los 16 y 65 años fueron enviados a campos de trabajo forzado. Además, las
tropas búlgaras colaboraron en el traslado de once mil judíos de la Tracia y
Macedonia ocupadas hasta los campos de la muerte, donde serían asesinados en su
gran mayoría. El régimen, pese al lavado de cara de los últimos años, nunca
ocultó sus simpatías por los nazis. No obstante, hay que señalan que gracias a
la movilización social de miles búlgaros y de la Iglesia ortodoxa búlgara el
régimen monárquico nunca se atrevió a deportar a los judíos a los campos de
exterminio.
Tras la liberación del país por los soviéticos, en 1944, los
judíos búlgaros respiraron tranquilos, pero comenzaron a emigrar lentamente
hacia Israel, sobre todo, y otros países. Se calcula que casi la mitad de los
cincuenta mil judíos que había en el país emigraron hacia el naciente Estado
hebreo. La comunidad, en la época comunista, mantuvo un perfil muy bajo, como
el resto de las confesiones religiosas, y la mayoría de los judíos búlgaros no
ocultaban su deseo de huir del país, tendencia que se acrecentó con la llegada
de los cambios democráticos, allá por el año 1989. La crisis económica, junto
con la falta de expectativas, aceleró esta tendencia migratoria.
En la actualidad, hay que reseñar que la pequeña comunidad
judía, de algo menos de 4000 miembros, la mayoría sefardíes, ha ido perdiendo
peso social, económico y cultural, sobre todo porque ya no es significativa en
términos demográficos, y está muy envejecida. También se han producido algunos
actos antisemitas, aunque menos que en otras partes de Europa, y continúa
abierto el viejo cementerio sefardí, un centro cultural y la sinagoga de Sofía.
En definitiva, la vieja y rica vida de los sefardíes búlgaros agoniza irremediablemente.
Fuente: http://cvc.cervantes.es/artes/sefarad/cartografia/balcanes.htm
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