Querido lector, hace ya 5 años
que comencé Halajá of the day, y generalmente, una vez por semana, escribo
sobre rabinos Sefaradíes desconocidos. Esta es la primera vez que escribo sobre
la vida de un Yehudí Sefaradí que no fue un Rabino (también es la primera vez
que escribo sobre alguien tan joven, que falleció cuando sólo tenia 24 años).
Luego de leer, espero comprenderás qué me mueve a homenajear a este héroe de Am
Israel, lamentablemente desconocido.
Isaac de Castro nació en la
ciudad de Tartas, en el suroeste de Francia, en 1623. Sus padres eran de Portugal y pertenecían a
esas miles de familias judías que en 1497 habían sido convertidas al cristianismo
“por decreto” y desde entonces practicaron el judaísmo en secreto por 3, 4 o
más generaciones. Para tener una idea de cuanta gente estamos hablando se
calcula que en 1497 habían no menos de 120.000 judíos en Portugal.
En Tartas el nombre de Isaac era Tomás
Luis. En 1640 su familia su muda a
Amsterdam donde finalmente pueden practicar su religión abiertamente. Allí,
Tomás y su padre se circuncidan y cambian sus nombres por nombres hebreos. Tomás se llama desde ahora “Isaac de Castro”.
Castro (o de Castro), seguramente el apellido original de su familia, era un
apellido típico Sefaradí Como ilustración podemos mencionar a rabbi Ya’aqob de
Castro (1525-1610) de origen portugués, uno de los rabinos más importantes de
la comunidad judía de Egipto.
Isaac comenzó sus estudios de
judaísmo y de medicina en Holanda. En 1642 o 1643 encontramos a Isaac en
Brasil. Como explicamos la semana pasada, su tío, Rab Moshe Refael Aguilar , llegó
a Brasil a fundar una comunidad en la ciudad de Recife. En ese entonces y hasta
1654, Brasil estaba dividido en 2 zonas: una
pertenecía a los holandés y otra a los portugueses. Recife estaba del lado Holandés. Isaac vivía una vida completamente judía.
No sólo eso sino que también se dedicaba a inspirar a cientos (o miles) de
conversos que residían en Brasil a practicar más abiertamente su judaísmo. Si bien no habían tribunales de la
Inquisición en Brasil, como los que existían en Perú o México, en el lado
portugués de Brasil habían oficiales de la inquisición, que vigilaban que los
“Cristianos nuevos” es decir, los judíos que fueron convertidos al cristianismo
hacía más de un siglo atrás, no volvieran a su religión.
Nadie sabe exactamente por qué,
pero el joven Isaac salió de Recife y viajó hacia el sur llegando a la ciudad
de Salvador, capital de Bahía de los Santos, territorio Portugués. Allí, Isaac fue reconocido por las
autoridades locales. Trató de disimular
su práctica judía pero algo lo delató: sus Tefilín.
Isaac fue tomado prisionero,
acusado no sólo de judaizar sino también de hacer proselitismo judío entre los
“Cristianos nuevos”, y fue extraditado en un barco hacia Lisboa.
La inquisición portuguesa primero
trató de convencerlo que renunciar a su fe judía y abrazar el cristianismo.
Isaac se rehusó con argumentos muy sólidos, demostrando que el judaísmo es la
verdadera fe. Al ver que, a pesar de su cortísima edad, se trataba de un gran
erudito, la Inquisición envió a sus expertos filósofos y teólogos. Pero nada ni
nadie pudo convencer a Isaac de renuncia a su fe.
Por primera vez en la historia un
judío usaba el siguiente argumento: “Tengo
derecho a practicar el judaísmo en función de una ley humana universal: la
libertad de conciencia…un acto que se realiza de acuerdo con la propia
conciencia no puede ser juzgado culpable, y el acto que yo hago y seguiré
haciendo – el acto de profesar la religión judía – se realiza de acuerdo con
los dictados de mi conciencia “. Cuando la Inquisición vio que todo
esfuerzo era inútil, recurrió a su último recurso: la ejecución pública. Los
acusados eran condenados a morir
quemados vivos en los que se llamaba cínicamente “auto de fe” (actos de fe).
El 15 de Diciembre de 1647,
cuando Isaac tenía solo 24 años fue llevado a la plaza pública, junto con otros
5 conversos, condenados por el mismo crimen: judaizar.
Los archivos de la Inquisición
portuguesa relatan que Isaac fue dejado de pie, por varias horas, muy cerca del
fuego, lo suficientemente cerca para que Isaac se arrepintiera de su “gran
pecado” (ser judío) por temor a la hoguera. Pero Isaac resistió. Y mientras
estaba siendo abrazado por las llamas, con su último aliento, Isaac recitó con una voz muy fuerte “SHEMA ISRAEL
HASHEM ELOKENU HASHEM EJAD”. Cuentan
que el grito de Isaac causó una enrome impresión en todos los que habían llegado para presenciar la ejecución pública.
Tanto que hasta los crueles verdugos sintieron remordimiento por haberle
quitado la vida a un joven tan valiente.
Dicen, que los gentiles que presenciaron la ejecución, durante semanas no hablaban de otra cosa. Lo
que es más: el último grito de Isaac, en Shemá Israel, se había transformado
ahora en un símbolo de libertad de conciencia. E inspiró a muchos conversos a
volver a abrazar su fe judía. Y algo insolito: durante varios años los gentiles
repetían las palabras del SHEMA… tanto fue así que la Inquisición tuvo que
imponer un severo castigo para cualquiera que fuera escuchado diciendo el SHEMA
ISRAEL, las últimas palabras de Isaac de
Castro Tartas זצוק”ל.
Fuente: http://halaja.org